el odio de adrian
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Abril 22, 2004
Odio
Si tengo que ponerme en plan sincero, tengo que decirles que el odio es algo que está, no ya infravalorado, sino inmensamente malinterpretado. Todo ello se debe, cómo no, a la corriente actual de ser políticamente correctos y eliminar, por tanto, todo vestigio de comportamiento que no sea límpido, puro y pristino. Como si fuéramos todos niños vestidos de marinerito dispuestos a recibir la comunión, vaya. Así que ahora odiar está mal visto.
Antes de que aparezca por aquí alguien con alma de telepredicador y me llame fascista, aclararé que el odio no es fascismo, no es intolerancia, y no es votar al PP (que de eso ya hablaré mañana, mozos y mozas). Tampoco es, en absoluto, ser una persona violenta. Para eso no hace falta odiar, hace falta ser imbécil o más simple que poner un ladrillo encima de otro.
Odiar, señores, no es más que el contrario de amar, y créanme que en las dosis adecuadas es lo más revitalizante que puede uno hacer en vida. Me pondría a hablar de Nietszche y sobre lo mucho que gente como Platón y Descartes nos hicieron creer en mundos bonitos donde nadie se come los mocos ni se masturba en la intimidad. Pero esto no es un blog didáctico, si quieren algo de eso busquen por otra parte que aquí no lo van a encontrar.
Odiar es bueno, señora. Porque odiar no significa otra cosa que ser un quejica. A mí me encanta odiar películas tan insufribles como Desayuno con diamantes, u odiar al niñato que sale todas las tardes a sonorizar la hora de la siesta con su tubo de escape petardeante; profeso un odio sin precedentes al gracioso que no para de hablar en el cine, o al que me escribe un mensaje al móvil omitiendo vocales y erigiendo un altar al mal uso de la letra k. Odio al que presupone que como estás comprando tanto no tienes ninguna prisa y pretende ponerse delante tuyo, o al camarero que intenta hacerse el colega contigo para ver si cae propinilla. Hay tantas cosas que me hacen rechinar los dientes y apretar los puños hasta que los nudillos se me ponen blancos, que no tengo espacio en este blog para relatarlas. Y sí, de la misma manera que adoro ciertas cosas y me permito el derecho a reconocerlo, también hay cosas que odio y que me parece de hipócritas no mencionar.
Así que soy un quejica. Soy una persona que odia. Entre otras cosas. Y odio a los que se creen que no debemos odiar. Como si ellos tampoco se masturbaran.
Posted by Adrian at Abril 22, 2004 01:49 PM TrackBack
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Abril 22, 2004
Odio
Si tengo que ponerme en plan sincero, tengo que decirles que el odio es algo que está, no ya infravalorado, sino inmensamente malinterpretado. Todo ello se debe, cómo no, a la corriente actual de ser políticamente correctos y eliminar, por tanto, todo vestigio de comportamiento que no sea límpido, puro y pristino. Como si fuéramos todos niños vestidos de marinerito dispuestos a recibir la comunión, vaya. Así que ahora odiar está mal visto.
Antes de que aparezca por aquí alguien con alma de telepredicador y me llame fascista, aclararé que el odio no es fascismo, no es intolerancia, y no es votar al PP (que de eso ya hablaré mañana, mozos y mozas). Tampoco es, en absoluto, ser una persona violenta. Para eso no hace falta odiar, hace falta ser imbécil o más simple que poner un ladrillo encima de otro.
Odiar, señores, no es más que el contrario de amar, y créanme que en las dosis adecuadas es lo más revitalizante que puede uno hacer en vida. Me pondría a hablar de Nietszche y sobre lo mucho que gente como Platón y Descartes nos hicieron creer en mundos bonitos donde nadie se come los mocos ni se masturba en la intimidad. Pero esto no es un blog didáctico, si quieren algo de eso busquen por otra parte que aquí no lo van a encontrar.
Odiar es bueno, señora. Porque odiar no significa otra cosa que ser un quejica. A mí me encanta odiar películas tan insufribles como Desayuno con diamantes, u odiar al niñato que sale todas las tardes a sonorizar la hora de la siesta con su tubo de escape petardeante; profeso un odio sin precedentes al gracioso que no para de hablar en el cine, o al que me escribe un mensaje al móvil omitiendo vocales y erigiendo un altar al mal uso de la letra k. Odio al que presupone que como estás comprando tanto no tienes ninguna prisa y pretende ponerse delante tuyo, o al camarero que intenta hacerse el colega contigo para ver si cae propinilla. Hay tantas cosas que me hacen rechinar los dientes y apretar los puños hasta que los nudillos se me ponen blancos, que no tengo espacio en este blog para relatarlas. Y sí, de la misma manera que adoro ciertas cosas y me permito el derecho a reconocerlo, también hay cosas que odio y que me parece de hipócritas no mencionar.
Así que soy un quejica. Soy una persona que odia. Entre otras cosas. Y odio a los que se creen que no debemos odiar. Como si ellos tampoco se masturbaran.
Posted by Adrian at Abril 22, 2004 01:49 PM TrackBack
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